Sam era un niño que no tenía hermanitos, sus padres le compraban todo lo que quería, tenía muchos juguetes, los mejores, y cuando iba a la escuela siempre llevaba algunos.
A la hora del recreo, todos salían al patio a jugar. Los otros amiguitos, intercambiaban sus juguetes y él aprovechaba para jugar con aquellos que le gustaban.
Los otros niños lo dejaban hacerlo, pero cuando alguno quería jugar con los de él, corría y se los arrancaba de las manos.
-Ese juguete es mío, ¡no lo toques!
De esa manera, llegaba un momento en que él tenía todos los juguetes, los suyos que no prestaba y los de sus amiguitos, que les quitaba para jugar.
Así sucedía día tras día, hasta que una mañana Pancho pensó que ya era suficiente de permitirle que no dejara jugar a nadie más.
Cuando Sam quiso tomar uno de sus juguetes Pancho lo agarró fuerte y le dijo:
-¡No! Si yo no puedo jugar con tus juguetes, tú tampoco vas a jugar con los míos.
Sam soltó el juguete y quiso tomar el de otro niño, que siguiendo el ejemplo de Pancho tampoco quiso prestárselo.
Así intentó con varios niños, pero ninguno quiso dejarlo jugar.
María cuando él quiso jugar con su pelota le dijo:
-No quiero que juegues con mi pelota, y tampoco queremos jugar contigo, ve a jugar con todos tus juguetes, y déjanos a nosotros compartir.
Sam tuvo que irse a un rincón a jugar con sus cosas, pero estaba muy aburrido. Dejó de hacerlo y se dedicó a mirar como los demás jugaban, corrían y reían, mientras él por no compartir, tenía todos sus juguetes, pero nadie con quien jugar.
Se levantó del rincón tomando uno de sus carritos y se acercó al grupo.
-Les presto mis juguetes si juegan conmigo.
Los niños aceptaron y Sam aprendió a compartir.
Moraleja: Si no eres capaz de dar, no debes esperar recibir.